Diario del profesor Garaiburu (Parte 2)
Diciembre 1999
Habíamos planeado una nochevieja en la playa. Íbamos a ser 6 personas, Elena y yo junto con dos parejas más de amigos. Los seis trabajábamos en la universidad y Elena y Julia, que trabajaban juntas en el departamento de botánica, querían hacer una pequeña excursión. Por la mañana, mientras el resto preparábamos la casa y la cena, ellas dos fueron a la isla Grosa a recoger muestras de un experimento que llevaban realizando desde hacía un par de años. La isla era propiedad militar por aquel entonces, pero tenían permiso para recoger muestras siempre que avisaran con tiempo. Pensaban comer allí y volver cuando anocheciera.
A eso de las nueve empezamos a preocuparnos de verdad. Era demasiado tarde y ninguna de las dos era despistada. Fuimos a buscarlas. Su barca estaba amarrada en el pequeño embarcadero de la isla. Ya era noche cerrada y en la isla no había ninguna luz. Las estuvimos buscando con linternas y gritando sus nombres. Después de casi dos horas, Luis, uno de mis amigos, volvió a tierra a pedir ayuda. La policía no tardó mucho en llegar y estuvimos toda la noche buscándolas alrededor de la isla. Al día siguiente, apareció el cadáver de Julia enganchado a unas rocas en la parte sur. Estaba en la salida de una caverna marina que se adentraba bajo la isla. Vinieron buzos y buscaron por todas las cuevas. No encontraron a Elena. Al final la dieron por desaparecida.
La versión oficial fue que cayeron al mar desde el acantilado sur de la isla y que el cadáver de Elena fue arrastrado mar adentro.
Nunca supimos qué ocurrió realmente. No encontramos sus cosas ni huellas de ellas en el acantilado desde el que, supuestamente, cayeron al mar. Lo más extraño fue una marca en la palma de la mano del cuerpo de Julia. Felipe, su marido, aseguró que no la tenía antes de irse a la isla. Pero yo la había visto antes. Estoy seguro de que era uno de los símbolos escritos en el altar que vi bajo la mina. Nadie me creyó, otra vez. Dijeron que la marca se había producido en la caída contra las rocas, que yo estaba en shock por la desaparición de mi esposa y que era normal querer encontrar una explicación a semejante tragedia. Pero yo estoy seguro de lo que vi en los túneles, y esa marca lo confirmaba.
Desde ese día no he vuelto a ser el mismo. Me he pasado años recopilando información. Recortes de periódicos, rumores, historias contadas en susurros…
16 de abril de 2016
Por fin te tengo. He encontrado una carta que confirma mis sospechas. Los muertos sin lengua, un culpable del incendio. Es la confirmación de que “ellos” están detrás del desastre del teatro. Necesito más información, pero voy por el buen camino. Pronto podré conectar todos los casos.
La carta está fechada en diciembre de 1899. La he conseguido de un coleccionista llamado Vicente Martín Escobar. Había escuchado una historia sobre un incendio que nada tenía que ver con la bien conocida maldición del Teatro Romea. Esta historia hablaba de un asesinato y un extraño ritual. La carta confirma la historia, dando datos que hasta ahora desconocía.
De momento voy a intentar encontrar el cadáver del incendio.
25 de junio de 2016
No he encontrado el cuerpo. Al parecer la información se traspapeló. Pero no me detuve ahí y he encontrado algo mejor. Un informe policial que nunca se hizo público. Confirma todo lo descrito en la carta. Tengo que seguir buscando.