Diario del profesor Garaiburu (Parte 1)

Después de tantos años de rumores y pistas falsas por fin he encontrado un hilo del que tirar.

Me llamo Antonio Pérez Garaiburu. Nací el 21 de diciembre de 1936. Pasé toda mi infancia en un pequeño pueblo costero murciano, Mazarrón. Estudié historia en la Universidad de Murcia y trabajé como profesor durante 40 años. Me casé con el amor de mi vida en 1966 y en el último día del milenio lo perdí todo. Desde ese momento, desde la muerte de mi amada Elena, he dedicado toda mi vida a descubrir la verdad. Pero para que se entienda, tengo que empezar desde el principio.

Diciembre de 1945

No era la primera vez que íbamos a las minas. En navidad la producción se reducía al mínimo y era muy fácil colarse. Así que, una tarde, cogimos nuestras bicis y nos metimos en las minas. El padre de Eusebio trabajaba allí y lo había llevado varias veces con él, por lo que nos guió hasta uno de los túneles que ya no se usaban. Allí podríamos investigar y divertirnos a gusto sin que nos pillaran. Cargados con linternas que Eusebio sabía dónde guardaban, bajamos cuatro de nosotros. Sólo tres volvimos.

No sé bien lo que pasó, pero estuvimos allí dentro 2 días. Lo único que recuerdo es la cara de Bartolo cuando lo atraparon, sus ojos llenos de lágrimas, gritando y llamando a su madre. Durante muchos años tuve pesadillas con los túneles, todos iguales, y nosotros corriendo a través de ellos sin encontrar la salida. Todos terminaban igual, a los pies de esas cosas, las que se llevaron a mi amigo. No sé qué eran, pero estoy seguro de que no eran humanas.

Dijeron que nos perdimos, que seguramente se derrumbó uno de los túneles. Durante dos semanas estuvieron bajando a la mina partidas de búsqueda, pero no encontraron ni rastro de Bartolo. He estado obsesionado con ese incidente toda mi vida.

Octubre de 1965

No fue hasta que estuve en la universidad que empecé a investigar lo ocurrido. Ya había superado mi trauma, o eso pensaba yo, cunado una noticia me hizo revivir todo aquello. El hijo de uno de los mineros de las minas de Mazarrón había desaparecido dentro de los túneles. No salió en los medios de comunicación, pero yo seguía teniendo amigos en el pueblo que me lo contaron. Según dicen, ese fue el detonante para que cerraran las minas. Ya estaba en el aire el cierre por la baja productividad, pero ese incidente terminó de echar tierra sobre la mina.

Estuve siguiendo los acontecimientos y sobre unas dos semanas después dejaron de buscar. Empecé a investigar otros sucesos parecidos por la zona y encontré multitud de niños desaparecidos, pero había muy poca información.  

Dos meses después, en las vacaciones de navidad, convencí a mi mejor amigo para que me acompañara a las minas. En principio quería dar una vuelta y ver si podía hablar con alguien del pueblo. Una vez allí no fue difícil entrar. Estaba todo cerrado, ni siquiera había seguridad, por lo que sólo tuvimos que saltar la valla. Una vez allí tuve un ansia irrefrenable de bajar. Necesitaba volver a los túneles. Mi amigo intentó convencerme, pero sólo consiguió que le prometiera que haría marcas para poder buscarme si pasaba algo.

Bajé al túnel donde había desaparecido el niño. Bajé durante mucho tiempo. No sabía hasta donde habían llegado los equipos de búsqueda, pero algo me hacía seguir bajando. Algo, una sensación, que me apremiaba. Supe que había llegado al sitio antes de entrar en el túnel. Estaba medio enterrado con rocas. Tuve que usar un pico, que había llevado por si acaso, para abrirme paso. Al otro lado había una gran caverna, demasiado grande para estar dentro de una mina. Todo estaba iluminado con una suave luz azulada que provenía de unas extrañas plantas. En el centro había una roca colocada como una mesa, aunque la palabra que me vino a la mente al verla fue “altar”. Encima había algo. Un cuerpo. Era un niño, y estaba muerto. Llevaba bastante tiempo allí. Algo había hecho que no se pudriera y estaba como momificado. Tenía la boca abierta, como si estuviera gritando. Le habían cortado la lengua y sacado los ojos. En el pecho le habían grabado algo, pero no pude distinguir el qué. En el altar habían dibujado símbolos y había restos de velas a todo su alrededor. Entonces, algo comenzó a moverse al otro lado de la caverna. No podía ver qué era porque parecía absorber la luz, pero notaba cómo me miraba. Salí corriendo. Lo siguiente que recuerdo es que mi amigo me arrastraba por el túnel. En algún momento me debí golpear la cabeza.

Avisamos a la policía y volvimos a bajar. No encontramos nada, ni la caverna, ni el cuerpo, nada. Me dijeron que lo más probable es que el golpe en la cabeza me hubiese producido una conmoción y hubiese soñado todo lo de la caverna. Yo no lo creía, pero no tenía pruebas. Durante muchos años seguí investigando sin encontrar nada. Poco a poco volví a olvidarlo, hasta que perdí a Elena.

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